Fuente: El Economista
Lo peor es la incertidumbre. No saber qué va a venir. Si la crisis sigue afilando la hoja de la guillotina. Estoy en el paro, en la cola del paro. Oficina del Inem de Moratalaz, la mayor de Madrid. 200 números diarios, quejas, colas, miedo. "¿Y a qué hora tengo que venir?", preguntan al guardia de seguridad, informador, secretario, profesión tres en un uno, profesión de futuro. La oferta de empleo cualificado cae un 9,1% en octubre por la crisis.
"Hoy hemos dado a las 9:45 horas el último número". Vengo buscando testimonios, vidas de parados, de sobrevivientes, un poco de esperanza: "Ahora viene más gente, hace dos meses hasta las doce no se agotaban los 200 números, ahora, ya hay colas cuando abrimos". En octubre, 192.658 personas perdieron su trabajo, lo que eleve la cifra de parados a 2,8 millones de personas.
Moratalaz es España. Habría cogido un número 196. Pero lo que quiero es escuchar, preguntar, sentir. Me sumerjo en la sala de espera, metáfora, se me antoja, de este país y de las cuentas sangrientas del paro: inmigrantes, muchas mujeres, hombres maduros en la frontera de los cincuenta, pocos jóvenes.
Unidos por la crisis
¿Cuántos de esos trabajadores son extranjeros? Exactamente 209.101 personas. Marroquíes, rumanos, ecuatorianos y, por supuesto, españoles: unidos por la crisis. He hablado con muchos, tres horas después, me han contagiado una bruma de desesperanza: Amhed Boularuz, Carmen Martínez, Luis Gil, Irina Rona, Carlos Grosso. Pintor, dependienta, transportista, camarera, fontanero. En paro, por supuesto.
Luis Gil tiene 34 años, diez como transportista, tres años en una empresa de Alcorcón. Recién aterrizado en el paro. "Lo veía venir, porque nos han ido echando por antigüedad. Lo llevo mal, el finiquito me servirá para pagar la hipoteca unos cuantos meses". Luis viene a sellar, cómo dice él, la "vergüenza".
¿Va a durar mucho la crisis?
Nunca había estado antes en paro. "Es un bajón en la autoestima. Aunque ahora me he convertido en el amo de casa, y soy yo quien se ocupa de los niños y de la comida. Pero lo peor es el vacío. He buscado trabajo y no encuentro nada. ¿Va a durar mucho la crisis?". La misma pregunta de otros miles, recién parados, según los datos de octubre: en el sector servicios, con 113.720 desempleados lidera la clasificación de la angustia; seguido de construcción con 36.275 despedidos, industria con 20.144, y agricultura con 9.039 desempleados.
Luis, a su modo, es un privilegiado. "De no ver a mi hija de cuatro años, he pasado a levantarla, llevarla al colegio, recogerla, pasar la tarde con él, y acostarla. Y, mira, por ahí... ¿Mi mujer? La pobre hace todas las horas extras del mundo". Luis, en cualquier caso, mira adelante con inusitado optimismo. "No estoy asustado. Creo que al final me haré autónomo, pero voy a dejar pasar los 18 meses que me quedan por cobrar el desempleo".
¿Por la crisis? "No, no. Es que iba a capitalizar el paro para comprarme la furgoneta y darme de alta ya como autónomo, ya lo tenía pensado y hablado. Pero aunque sean 748 euros al mes de paro son muy bienvenidos. Mi mujer y yo hemos decidido que mejor seguir cobrándolos mes a mes y adiós furgoneta". Provisión de fondos, eso es.
"Trabajo hay, pero no hay dinero para pagar"
Carlos sí es autónomo, y está indignado. Fontanero, independiente: "Trabajo hay, lo que no hay es dinero para pagar. Me deben 42.000 euros, y yo debo más de 30.000 de material". Carlos también estrena paro, pero no cobra ningún desempleo. "Las empresas de la construcción están a dos velas y la gente sólo te llama para urgencias. Tenía a dos trabajadores contratados, ahora estoy solo".
Solo. Eso es, sigue aceptando chapuzas. "Me he dado de baja como autónomo, aunque apenas pagaba 247 euros de seguridad social. Era el mínimo, pero se me hizo cuesta arriba. Necesitamos ese dinero para comer. ¿Hambre? No, no. Gracias a Dios, no. Nos apañamos. Mi mujer va a comer a casa de mi suegra y yo siempre estoy fuera, un bocadillo y a correr. Cenamos juntos en casa, pero frugalmente. Ya ni salimos". Carlos no tiene hijos.
Un paro mínimo
Irina Rona, tres. Tres hijos. Era camarera. Llevaba cinco años empleada en una mínima cafetería. "Cinco, pero dos sin dar de alta", dice. A ella el paro que le queda es mínimo, apenas, dice, 467 euros y sólo seis meses. Su "esposo", dice, sigue detrás de la barra.
Y reza: "Espero que siga ahí. Él es el encargado, bueno era. Porque ya sólo están los dueños, él y otro señor". Aparentemente en la hostelería no ha afectado la crisis, aún. "Ha sido poco a poco, pero al final, en la caja se notaba. Ahora más, la gente consume menos".
Es el instinto de superviviencia. "Los rumanos", dice Irina", nos defendemos, nos ayudamos, si tenemos que vivir juntas varias familias, se hace".
Le pido que me hable de esa solidaridad un tanto arcaica entre españoles. "Es la necesidad. A nosotros no nos ha pasado, pero sé de algunos casos. Hay quien está enviado a sus hijos con la familia a Rumania. Yo, no, pero ya lo he hablado con mi madre". La familia sigue siendo la institución de seguro y socorro social. En Rumanía y aquí.
Comer en casa de los suegros
"Llevo ya cinco meses en el paro, pagamos 700 euros de hipoteca, mi mujer tampoco trabaja. Vivimos con 250 euros. ¿Cómo? Vamos a comer a diario con mis suegros". Antonio Rangel es un afortunado: sus padres políticos, confiesa, viven en la misma casa. "Al principio, mi suegra bajaba la comida. Ahora, ya no es necesario, subimos nosotros. No hay que disimular".
Antonio era dependiente en una tienda de ropa. No quiere dar más detalles. "La gente está sacando el fondo de su armario no veas de qué manera". Pero esa no es la cuestión. "Mira, tengo 36 años, y llevaba doce en la tienda. Ganaba poco más de mil euros. Suficiente en un barrio como éste. Si mi mujer...". Ahí me deja. Con dos sueldos se sobrevive, con uno se malvive. Sin ninguno, al amparo de la familia, si no la hay: volver a empezar. Irina: "Quizás ya va siendo hora de volver". A Rumania.
"Esto no puede durar mucho, ¿no?"
El mundo son los hechos. "Me siento raro, aburrido, cuando al levantarme veo que no tengo que ir a trabajar". Amhed no se ha acostumbrado. "Yo vine de Marruecos ya con trabajo. Necesitaban pintores". Amhed ha recorrido toda la paleta de colores de una obra: "Ya ves, menos electricista, he hecho cualquier cosa. Pero no me sale otra cosa. Tengo pensado irme a Francia. No, volver a Marruecos no. Esto no puede durar mucho, ¿no?".
No lo sé. Gica Gusatu, albañil rumano de 46 años, tampoco. El ERE, versión crisis de la construcción, le llegó con crudeza. "Vino el capataz y me dijo: No tengo faena, te tienes que ir. He estado trabajando seis o siete años sin parar y ahora, de golpe, me quedo en el paro con una mujer y dos hijos. Vengo a preguntar si me corresponde algo".
Trabajo más precario
Ahora llegan los lamentos: cotizaciones omitidas, reglamento de la Seguridad Social, burocracia. Elena, de 33 años, trabaja en hostelería. O trabajaba. "Antes te hacían un contrato de seis meses y luego te hacían fijo. Ahora te lo hacen por tres meses o por horas o por días, sin darte de alta". Otra consecuencia de la crisis: el trabajo se endurece, se vuelve más precario, eso o nada.
El parado 3.000.000 llegará por Navidad. Y es más: será obrero de la construcción, inmigrante y menor de 25 años, seguramente de una ciudad costera, paraíso hasta ahora de la construcción y el pleno empleo. Busco. William Moreno, 33 años, peón, colombiano, hasta hace dos meses, dice, ha trabajado en las torres de la Ciudad Deportiva del Real Madrid. "De todos los que estaban conmigo ninguno tiene empleo".
¿Y tú? Le pregunto a una joven negra, que se niega a dar nombre y nacionalidad. Apenas habla español: "Pasta, necesito pasta", "paro primera vez", "limpiadora". Historias de parados, historia de cada mañana, de lunes frío e intemperie. Y ya llega la navidad. Linda y triste navidad.